Ceuta, avanzada de la Unión Europea en la batalla contra la amenaza híbrida

El uso de los flujos migratorios como arma política por potencias regionales en las fronteras exteriores europeas sitúan a Ceuta en la vanguardia de la defensa de la estabilidad de la UE.

Vista aérea del espigónde El Tarajal durante los sucesos del pasado mayo (MONCLOA)
photo_camera Vista aérea del espigónde El Tarajal durante los sucesos del pasado mayo (MONCLOA)

“Marruecos y Bielorrusia utilizan estos instrumentos de presión para sus propios fines sin la atadura que significa respetar los marcos internacionales de protección de derechos humanos”. El profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Cádiz, Jesús Verdú, hacía esta observación el pasado viernes en el transcurso de las jornadas sobre Ceuta y Europa que, organizadas por la Ciudad, se celebraron en el Campus Universitario.

Los instrumentos de presión a los que aludía Verdú no eran sino el uso de los flujos migratorios como arma ofensiva en el juego geopolítico internacional. La comparación entre los acontecimientos que en estos días agitan la frontera entre Polonia y Bielorrusia y la crisis migratoria que sobresaltó a los ceutíes el pasado mayo ha sido subrayada por numerosos observadores nacionales e internacionales.

La más notoria similitud entre los sucesos acaecidos en la frontera polaca y la entrada hace seis meses de miles de migrantes en Ceuta es la utilización de seres humanos como arma política. El propósito que perseguía Marruecos con la instigación de los acontecimientos de mayo tenía mucho que ver con la intención de desestabilizar a un miembro de la Unión Europea que, tradicionalmente, se había mostrado reacio a aceptar sus tesis sobre la soberanía del Sáhara Occidental. Las imágenes publicadas por la prensa en las que miembros de las fuerzas de seguridad marroquí facilitaban el paso de grupos de migrantes a través de la frontera resultaban lo suficientemente ilustrativas.

Una intención no fue diferente mueve al líder bielorruso Alexander Lukashenko, quien no ha dudado en pagar el vuelo a Minsk de cientos de kurdos, afganos e iraquíes desde Oriente Medio para trasladarlos inmediatamente a la mismísima frontera con Polonia. La Unión Europea ve detrás de esta maniobra la respuesta de Bielorrusia a las sanciones que Bruselas impuso al país por la represión de opositores críticos con las polémicas elecciones que volvió a ganar Lukashenko.

Lo sucedido en Ceuta y en la frontera polaca constituye una ilustración perfecta de esta nueva manera de dilucidar controversias entre países. La Unión Europea es ya plenamente consciente del riesgo que para su seguridad entraña esta amenaza híbrida, un juego de desestabilización que tiene por escenario sus fronteras exteriores y como agitadores a países como Marruecos, Turquía o la misma Bielorrusia.

La amenaza que entraña esta inestabilidad provocada ha llevado a España a tomar medidas. Tras los incidentes de mayo, el por entonces secretario del Consejo de Seguridad Nacional, Iván Redondo, anunciaba en el Congreso la intención del Gobierno de incluir un plan global para Ceuta y Melilla en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional.

Estas estrategias de presión, de las que Marruecos y Bielorrusia parecen mostrarse como cultivadores aventajados, tienen, además, un efecto perturbador sobre la opinión pública europea. Los abogados extranjeristas denunciaban esta semana que los desórdenes promovidos en las fronteras de manera intencionada amenazan con crear un clima “antimigración” entre los europeos que no hace sino distorsionar la realidad.