La política del Varón Dandy

Hay forma carpetovetónica de afirmarse ante el mundo que ya ha desembarcado en la política española y, desde luego, ha asentado sus reales en la Asamblea de Ceuta.

Los diputados de Vox Verdejo y Redondo (en segundo plano), durante el pleno de la Asamblea celebrado este jueves (CEDIDA)
photo_camera Los diputados de Vox Verdejo y Redondo (en segundo plano), durante el pleno de la Asamblea celebrado este jueves (CEDIDA)

Hasta muy recientemente todos andábamos persuadidos de que los castellanos viejos, aquellos tipos campechanos y resueltos a los que describió Larra con pluma acerada y precisa, se habían extinguido. Aceptábamos que era posible encontrar, aunque muy de tiempo en tiempo, algún ejemplar extraviado, una “rara avis” que, por circunstancias que resultan inexplicables, hubiera sobrevivido al cataclismo que acabó con sus congéneres de especie. Y en estas estábamos, confiados y seguros, cuando vinimos a despertar de nuestra ensoñación. Una muchedumbre de estas criaturas que creíamos extintas avanza hacia nosotros con la determinación de una horda de zombis vacilantes empapados en Varón Dandy y con el mondadientes afianzado en el incisivo lateral derecho.

El castellano viejo se tiene a sí mismo como un tipo desinhibido, ajeno a las convenciones sociales que son alimento de los hipócritas, albacea de las verdades inconmovibles y refutador de las ideas deletéreas que amenazan a la patria y sus barrios colindantes. Es esa clase de individuo que celebra los manjares que le ofrece su anfitrión con un atronador eructo –expresión franca y cordial del buen concepto en el que tiene a la rica gastronomía española. Es el mismo que, recién presentado, asesta varios golpes recios con la mano abierta sobre la espalda de un caballero con el que no ha tenido el gusto de coincidir con anterioridad y concibe que, con este gesto, no hace más que evidenciar ante su nueva amistad un carácter próximo y afable. “Yo no me ando con melindres ni mariconadas: yo soy así, un español genuino y sin dobleces”, confiesa a quien quiera oírle antes de compartir con su audiencia un segundo y estruendoso regüeldo, nacido de la deficiente digestión de tres platos de callos con garbanzos.

Esta forma tan carpetovetónica de afirmarse ante el mundo ya ha desembarcado en la política española y, desde luego, ha asentado sus reales en la Asamblea de Ceuta. El espectáculo ofrecido por los diputados de la extrema derecha, y en particular por el señor Carlos Verdejo, durante la sesión plenaria celebrada en la Cámara ceutí el pasado jueves resulta, sencillamente, intolerable. Verdejo insultó al resto de los miembros de la Asamblea porque es sencillamente incapaz de aceptar –como todos los dirigentes de su partido- que haya gente que piense diferente. Irrespetuoso, arrogante, chulesco por momentos, Verdejo habría completado el cuadro si, tras agitar la bronca, hubiese puesto los pies sobre la mesa y se hubiese encendido un veguero.

El presidente de la Ciudad, Juan Vivas, ofreció una respuesta impecable a las constantes provocaciones de Verdejo y los suyos. Vivas acertó con la descripción – “Yo he perdido toda esperanza de que este señor se conduzca por la senda de la moderación, del respeto y hasta del civismo”-, describió el propósito –“Él quiere incendiar, por eso no le echemos gasolina al fuego”- y lanzó una advertencia que debería ser lema para quienes, alguna vez, han sentido la veleidad de restar importancia al avance de la extrema derecha –“Aquí no sobra nadie, señor Verdejo”.

Los dirigentes de Vox, como excelentes especímenes que son del castellano viejo, han llegado para eructar en la mesa que todos compartimos. Pero si algo no puede predicarse de Verdejo, Redondo y los suyos es que no se les viera venir. El PP compartió un año completo con aquellos de los que ahora abomina, un año en el que Vox encontró coartadas que no deberían habérsele facilitado nunca.

Tomemos el triste espectáculo del pasado jueves en la Asamblea como una enseñanza: partir peras con la extrema derecha constituye un riesgo para quien lo hace y una amenaza para todos los demás.