ENTREVISTA

Helena Maleno: "Los inmigrantes se sienten como mercancía en la frontera"

Helena Maleno trabaja desde el otro lado de la frontera en la defensa de los derechos que asisten a los migrantes. Su militancia le ha valido ataques personales, y no sólo verbales, que, sin embargo, no han servido para arredrarla. "Durante mucho tiempo se ha dicho a los ciudadanos que la frontera sur se ha convertido en zona de conflicto: Nos presentan lo que ocurre como una situación, entre comillas, de guerra", denuncia la activista de Caminando Fronteras.

Helena Maleno Caminando Fronteras
photo_camera La activista de Caminando Fronteras Helena Maleno

“Nos presentan la inmigración como si viviéramos una situación de guerra”. Helena Maleno, activista de la organización humanitaria Caminando Fronteras, es testigo excepcional de una tragedia humana cuya vecindad habría de causarnos vértigo. Esta experta en migraciones radicada en Tánger se ha convertido en un altavoz que no cesa de llamar la atención acerca de un drama contemporáneo de cuya magnitud, pese a la cercanía, no parece que tengamos cabal conciencia.

 

El número de pateras que han llegado a la ciudad a lo largo de las últimas semanas se ha incrementado notoriamente. ¿Qué está sucediendo?

Es algo lógico y natural. Cuando cierras una vía la gente se desplaza buscando otras. Esto forma parte de la normalidad. Las rutas migratorias se desplazan de un lado a otro dependiendo de donde existen más opciones de pasar.

Las rutas migratorias se abren o se cierran en función de las necesidades políticas o de intereses relacionados con los negocios. No sólo ustedes están teniendo gente que está pasando por allí. Hay otros que intentan alcanzar la vía libia a través de Argelia.

 

¿Cómo describiría usted la situación que se vive del otro lado de la frontera?

En Beliones ahora hay muchos niños. Te sorprende ver a pequeños de entre 9 y 15 años viajando solos. Precisamente, por la presencia de los niños, la situación allí es muy complicada. Muchos de ellos proceden de Guinea Conakry, un país que ha sido azotado por el ébola. Muchos niños han quedado huérfanos. Estos niños proceden, además, de una zona del país donde se registran persecuciones étnicas.

Este caso refleja muy bien la dinámica de la desprotección de derechos. Cuando se produce una catástrofe natural, un conflicto étnico, es cuando los niños comienzan a aparecer.

¿Qué sucede cuando hay muchos críos, cuando hay personas que no son capaces de defenderse? Pues que se producen vulneraciones de los derechos fundamentales. Nosotros hemos encontrado casos de niños que han sido objeto de violencia sexual. Niños que no van a denunciar estos actos porque no tienen documentación, porque tienen miedo a ser víctimas de redadas…

 

Habla usted de desprotección. ¿Cómo se materializa esa vulneración de derechos a la que usted se refiere?

La vía de Ceuta se ha abierto y la gente intenta pasar por ahí. Esto da lugar inmediatamente a una gran represión. ¿Cómo se cierra el camino? Mediante violencia y redadas. Esto está pasando también en Tánger.

El método son las deportaciones o desplazamientos forzosos colectivos. Marruecos sabe que no puede hacer esto. Está obligado a cumplir los convenios internacionales que mantiene suscritos y los acuerdos bilaterales que ha rubricado con España y la Unión Europea. Pero, ¿qué ocurre? Pues que Marruecos se mueve entre su convicción de que ha de ser el gendarme de Europa, aunque ello no implique necesariamente garantizar los derechos fundamentales, y, al mismo tiempo, demostrar que es un estado que camina por la vía democrática y respeta las convenciones internacionales. Así que las autoridades están dando una de cal y otra de arena durante todo el tiempo.

Los inmigrantes se sienten como mercancía en la frontera.

 

La población de Ceuta se ha habituado a convivir con el fenómeno migratorio. La llegada de personas que se juegan la vida para alcanzar territorio español es una historia reiterada por los medios de comunicación, un relato rutinario de muertos y dolor. ¿Hemos asumido como algo cotidiano e inevitable la vecindad de la muerte y el padecimiento ajenos? ¿Cómo enfrentamos los españoles el drama de estos seres humanos?

Creo que durante mucho tiempo se ha dicho a los ciudadanos que la frontera sur se había convertido en zona de conflicto. Como tal zona de conflicto lo que corresponde es proteger el territorio nacional como se haría en un conflicto. Nos presentan lo que ocurre como una situación, entre comillas, de guerra. Así se justifica lo que ocurrió en la playa de El Tarajal en febrero de 2014, se presenta como necesario regular las devoluciones en caliente en la Ley de Seguridad Ciudadana…

Ese mensaje ha calado. Se dice que, bueno, sí, hay víctimas en las fronteras, pero son daños colaterales de una situación de conflicto. Se insiste en que si no nos protegemos vendrán en avalancha, nos atacarán, que son una masa que España no podrá absorber.

Recuerdo aquel jefe de policía que aportó datos reales sobre la inmigración e, inmediatamente, desapareció de su puesto de trabajo en Ceuta. También recuerdo aquella portada de El País en la que se decía que había 30.000 inmigrantes esperando para saltar las vallas de Ceuta y Melilla. Era mentira.

El discurso nos dice que sí, que se están muriendo, pero que no podemos hacer nada. Ahí tenemos el auto de la juez de Ceuta sobre las muertes de El Tarajal. Viene a decir que como los inmigrantes se ponen en peligro pues no hay que salvarlos.

Todo esto es muy grave. Cosas como éstas sólo se justifican en democracia en situación de guerra.

Aunque todavía hay cosas que consuelan. Frente a todo esto tenemos gente como la de Salvamento Marítimo, Protección Civil o Cruz Roja. Son gente maravillosa que merece toda mi admiración.

Desgraciadamente, se ha instalado un discurso tan perverso que hemos acabado por no darnos cuenta de que estamos acabando con los resortes democráticos. Esto es algo que los ciudadanos de Ceuta y Melilla no merecen. Son gente estupenda, pero el discurso del miedo, de la avalancha ha calado.

 

¿Resultan suficientes los mecanismos de protección habilitados por las autoridades españolas para estas personas?

Buieno, tenemos ahí la oficina de asilo, que ha sido un fracaso por la forma en la que se ha planteado. Le contaré una historia. El 2 de septiembre mueren, justo en la playa de Beliones, Abdelkarim, de Somalia,  y Nzuzi, un ciudadano congoleño.

Nzuzi había estado en Chafarinas y pidió asilo allí. El estado español dijo que eso no era cierto, que no había pedido asilo, y lo devolvió a Marruecos. Nzuzi estaba enfermo. Había sido torturado en su país.

Desesperado, presentó un recurso y alguien le comentó que podía intentarlo en la oficina de asilo de Ceuta. No sabía que llegar allí es imposible. Yo misma he preguntado por la situación y me aseguran que alcanzar la oficina de asilo no es posible ni con la ayuda de las mafias. Quizás con las mafias los sirios consigan pasar, pero los negros, no.

La historia continúa. Nzuzi acabó embarcado en una patera con Abdelkarim. El padre de Abdelkarim era un refugiado somalí que desde hacía catorce años vivía en Inglaterra. No pudo llevarse a su familia. Él desconocía que su hijo estaba intentando llegar a Europa.

Nzuzi y Abdelkarim finalmente murieron. Dos refugiados que mueren en patera. Eso debería ser considerado un hecho muy grave en un estado democrático.

¿Qué demuestra esta historia? Que la frontera no está, como decía el ministro Fernández Díaz, allí donde se encuentra el último guardia civil. Lo que sí ha de estar allí donde se encuentre el primer funcionario del estado son los derechos humanos. La Guardia Civil tiene que oír las peticiones de asilo que les hagan estas personas. Esto es lo que hay que entender. Y eso no es malo. A eso no hay que tenerle miedo.

 

¿Quedan esperanzas? ¿Qué futuro aguarda a los migrantes? ¿Cómo cree que se conducirá España ante esta grave crisis humana?

El futuro, me temo, es más política de la misma. La política de fronteras que han hecho en Ceuta y Melilla los gobiernos españoles ha sido siempre la misma, con independencia de que gobernara el PP o el PSOE. Ignoro si con la llegada de algún partido nuevo las cosas cambiarán. Pero tenemos a Europa y a las Naciones Unidas diciendo que no estamos cumpliendo con lo que deberíamos hacer.

Yo no sé si la presión exterior o un cambio del signo político del país harán que la cosa cambie. Por lo visto hasta ahora, todo ha sido siempre igual. No se respetan las convenciones internacionales y, en ocasiones, ni siquiera las mismas leyes nacionales. Los derechos fundamentales de las personas se vulneran sistemáticamente. Y eso debe cambiar.

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