“Una frontera no es el cierre de un campo de concentración”

El arzobispo de Tánger critica el trato a los inmigrantes en la frontera de El Tarajal

agrelo 2Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger. Santiago Agrelo Martínez (Asados, Riajo, La Coruña, 1942) es un franciscano más y, por mor del destino y más allá de ello por su extraordinaria capacidad personal, nada menos que arzobispo de la diócesis de Tánger. Quizá es la persona de mayor importancia, a nivel religioso, de la Iglesia Católica en Marruecos.

Por la proximidad a Ceuta es muy importante su labor en el plano de lo referente a la inmigración, aunque prefiere restar importancia a su persona e intervenciones. Si se le pregunta por la situación de los inmigrantes subsaharianos en la zona norte de Marruecos, contesta rápido: “no sabría qué decir. La información que se tiene proviene prácticamente en su totalidad de los periódicos o bien de las personas que vienen a nuestra casa, o la que procede de aquellos que se encuentran en el bosque y solicitan nuestra ayuda”.

La diócesis que administra comprende desde Tánger hasta Nador, por ser cautos a la hora de precisar competencias. La ayuda que dirige, en el entorno inmigración, se enfoca en tres ámbitos de actuación.

En primer lugar, las ayudas “inmediatas. Alimentos, vestidos, medicinas, hospitales… Se pueden hacer con toda tranquilidad”, explica, en referencia a la colaboración sanitaria, ejemplo, por parte del Reino de Marruecos.

De otro lado, el “acompañamiento personal”. Ésto es lo que se denomina en la Iglesia el “área de pastoral”. Se trata, pues, de “acompañarlos en su fe”, como se refiere el arzobispo a los inmigrantes. A los “agentes” de la diócesis les ocupa “mucho tiempo. Creo que sirve mucho más para su vida y su ánimo. Orar. Necesitan esperanza.  Procuramos, intentamos, atenderles y activar su fe”.

Finalmente, la “sensibilización de la sociedad. Existen miles de personas en unas circunstancias muy determinadas. Nos negamos a que sean invisibles e ignorados”, sentencia con absoluta resolución.

¿Cuántas personas se encuentran en el entorno de la frontera de Ceuta y dispuestos a jugarse el tipo para entrar en territorio español?

“No son las cifras que sueltan desde los organismos oficiales en España –espeta, algo enfadado pero no con el entrevistador, vaya por delante-. No  son miles de  personas. Habría que ver en noches pasadas, con el vendaval y con la lluvia en Tánger”. Serían, por tanto, centenares. No lo niega.

Recientemente en el barrio de Boukhalef, Tánger, se produjeron disturbios entre ciudadanos marroquíes e inmigrantes subsaharianos. Murió una persona y hubo problemas con la activista española Helena Melano, que sufrió un episodio violento en sus propias carnes.

“La situación ha mejorado, se ha normalizado. Por el momento no tenemos noticias de que haya más violencia. En cuanto a Helena… Ella es así, muy valiente e impetuosa”, califica.

Cuando se enciende el alma del sacerdote es cuando se le habla de las denominadas “concertinas”, las cuchillas afiladas a las que se enfrentan los inmigrantes que tratan de cruzar las vallas tanto de Ceuta como de Melilla. Es muy crítico: “las había visto únicamente en películas, en campos de concentración. También en las cárceles. Son peligrosísimas, también para la justicia. Una frontera –sigue subiendo su grado de indignación- no es el cierre de un campo de concentración, ni tampoco el cierre de una cárcel”, advierte con algo más que severidad.

Va más allá: “son seres humanos, no han cometido ni un solo delito. Sólo buscan mejorar su vida. Además, las fronteras son un invento… Esas cuchillas que los mutilan… Ha muerto gente... Es una atrocidad que una sociedad civil no debería permitir. No puedo comprender que un Gobierno permita o que siquiera tolere ésto. Una  sociedad  civilizada, una cultura… Es un escándalo y una vergüenza para quienes tienen responsabilidad”.

Hay que tratar de frenarle un poquito porque está verdaderamente muy enfadado el franciscano con esta cuestión… Hablamos de las denominadas “devoluciones en caliente” en las fronteras de Ceuta y Melilla.

“Son una ilegalidad. Por cierto –indica-, una persona me ha comentado que posiblemente se aprobaría la idea de que en Melilla se instalarían puntos en los que los inmigrantes podrían pedir asilo. Sería una buena noticia, pero todo esto pone de manifiesto que se está cometiendo una injusticia tremenda. Vamos a ver –añade-: estamos hablando de personas que llegan como llegan, que tendrían como mínimo el derecho a ser escuchadas”.

Al arzobispo le “escandaliza” –textualmente- “no tanto la violación de la legalidad, sino la amenaza de legalizar lo ilegal. Sólo lo hacen las dictaduras. Si se legaliza lo ilegal, esto significa pasar por encima de los derechos de las personas. Es una aberración”.

Existe, de otra parte, cierta prevención o cautela en cuanto a la posibilidad de la extensión del virus del ébola, pero en la diócesis de don Santiago –como le gusta llamarle al que suscribe, por respeto y amistad- no. “No he encontrado ni el más mínimo temor. Aquí nos saludamos, nos damos abrazos. Una vez desaparecido el problema en el Carlos III –se refiere al caso Teresa Romero-, de nuevo hay que hablar del escándalo que supone la enfermedad en África. Son muchas las personas que están padeciendo. Es gente que ha nacido en un lugar en el que hay limitaciones para sus vidas. Por nacer en África se nace en un continente empobrecido por la avaricia de los que no son africanos. Pero esto, desgraciadamente, no va a cambiar. No hay propósito de enmienda”, destaca, con mal disimulada resignación.

La diócesis que está bajo su tutela “es pequeña. Aquí todas las  personas están identificadas. Nos conocemos todos, colaboramos todos… El eco es grande en el teléfono”, concluye –y alerta- don Santiago Agrelo Martínez.