un apunte sobre catalanes y ceutíes

Ceuta, la meva estimada ciutat

Ceuta ha seguido con manifiesto interés la crisis política catalana, que tras las elecciones del pasado jueves, afronta una nueva etapa. 

concentración por la unidad de españa
photo_camera Participantes en la concentración por la unidad de España celebrada el pasado octubre en la Gran Vía (C.A.)

Quizás no se hayan detenido a pensarlo, pero la distancia que media entre Ceuta y Sant Feliu de Guíxols, en la comarca del Bajo Ampurdán, es de unos 1.200 kilómetros.

Un ejercicio reflexivo de esa naturaleza le conducirá a concluir, inevitablemente, que Sant Feliu queda muy lejos, una evidencia que usted reputará inatacable. No sea arrogante: considere que cualquier guixolense sometido al mismo reto racional podría contradecir sus certezas. Pues resulta que, sometiendo la cosa a un análisis intelectual igualmente sólido, podría estimarse que, en realidad, lo que queda lejos es Ceuta.

Es probable que la controversia entre ceutíes y guixolenses venga de antiguo, aunque, para ser rigurosos, no consta bibliografía alguna al respecto. Los últimos acontecimientos políticos acaecidos en Cataluña han venido a desvelar, para asombro de los estudiosos de esta divergencia de pareceres entre ampurdaneses y caballas, que, al fin y al cabo, tampoco vivimos tan distantes los unos de los otros.

Los primeros indicios que condujeron a los investigadores del conflicto a barruntar la existencia de una vía intermedia –esto es, la que estima que no es bueno exagerar con eso de las distancias- los ofreció el pasado marzo el por entonces conseller de Economía del Gobierno catalán, Oriol Junqueras. El líder independentista bramó contra el Ministerio de Asuntos Exteriores, al que acusó de abrir el acceso de la flota militar rusa al puerto de Ceuta con el propósito de recabar apoyos internacionales contra la independencia de Cataluña. Para entonces, la de los marineros rusos se había convertido en una presencia familiar para los caballas.

Los rusos no volvieron y aunque quizá ello se debió más a presiones de la OTAN que a las palabras del exconseller lo cierto es que, al menos en apariencia, Junqueras, nativo de  Barcelona (a apenas 105 kilómetros de Sant Feliu), fue capaz de influir en la cotidianeidad de los ceutíes, que, de la noche a la mañana, se vieron privados de la contemplación de aquellos jóvenes de camisetas listadas que se tomaban fotos entre las palomas de la Plaza de los Reyes. Quien ostenta ese poder no puede andar muy lejos.

Los argumentos de los partidarios de la “vía intermedia” no hicieron más que multiplicarse en los meses sucesivos. Resultó que, ya en el mes de mayo y sin rusos en el horizonte, una revelación del director del Real Instituto Elcano, Charles Powell, vino a emparentar, aunque fuera de modo indirecto, a los alegres secesionistas catalanes con los muy españoles moradores de esta pequeña porción del solar patrio, puente al África tendido.

Pues resulta que, según las sorprendentes manifestaciones del señor Powell, el Rey Juan Carlos I mostró en 1979 ante enviados del Gobierno de EEUU su disposición a entregar Melilla a Marruecos y colocar Ceuta bajo un protectorado internacional.  Esto es, en un giro inesperado de la historia, los independentistas de Puigdemont y compañía compartían con los ceutíes la posibilidad de culpar a la Corona Española de algún agravio. Y es que no hay nada como un enemigo común para reducir distancias.

Octubre evidenció que los ecos de lo sucedido en una región tan supuestamente distante resonaban con fuerza en esta parte del mundo. La crisis política catalana alcanzaba cotas de tensión inimaginables meses atrás. Aquí, en Ceuta, las autoridades locales se pronunciaban públicamente contra las pretensiones del Gobierno de la Generalitat, policías y bomberos se concentraban en solidaridad con los agentes destinados a Cataluña, la Gran Vía era escenario de una nutrida manifestación de ciudadanos pertrechados de banderas españolas, el propio coronel jefe de la Guardia Civil, José Luis Gómez Salinero, se encendía durante los actos de la patrona del cuerpo y acusaba a los miembros del Govern de “deslealtad” y de propiciar un “nuevo y luctuoso episodio de la historia de España”. Ni en el mismísimo Sant Feliu la crisis debió de causar tanta repercusión.  

Y en éstas llegó José Montilla. “España sin Cataluña no sería España, no estamos hablando de Ceuta y Melilla”, sentenció el expresidente de la Generalitat y senador el pasado noviembre durante un acto público celebrado en Barcelona. No podría evaluarse el impacto que tales manifestaciones ocasionó entre la población guixolense pero, incluso a ojos de los valedores de la tesis de la “vía intermedia”, resultó evidente que el exceso de Montilla acabó por sentar como un tiro a los caballas. Los acontecimientos se sucedieron con rapidez: quejas del presidente de la ciudad, reconvenciones de los propios socialistas ceutíes al expresident y posteriores disculpas de Montilla y del portavoz del PSOE en el Senado.

En consideración a lo hasta aquí descrito, parece obvio el interés que existe en la ciudad autónoma por todo lo que ocurre en Sant Feliu y alrededores. El sentimiento parece ser recíproco. Basten dos ejemplos que, aunque más remotos, demuestran que allí, junto al Mediterráneo proceloso, también hay gente inquieta por la suerte que corren los moradores de la ciudad autónoma. En marzo de 2016, el senador por ERC, Miguel Ángel Estradé, calificó a Ceuta en la Cámara Alta de “vestigio colonial donde se vulneran los derechos humanos”. Unos años antes, Joan Tardá, dirigente de la misma formación, no olvidaba tampoco a la ciudad, que esperaba por entonces la visita oficial de los reyes de España. Tardá calificó la llegada de Juan Carlos y Sofia a la ciudad de “orgía nacionalista españolista".

El hermanamiento entre Ceuta y Sant Feliu de Guíxols se antoja inaplazable.