Redondo, Broodyhen y el pugilismo estático

Quienes de manera pública y sin embozos señalan a los musulmanes ceutíes como españoles sospechosos se quejan hoy de ser víctimas de no se sabe bien qué estrafalario conciliábulo que hermana al resto de partidos de la Asamblea. Sí, a todos.

Los diputados de Vox Sergio Redondo y Carlos Verdejo, durante una sesión plenaria (CEDIDA)
photo_camera Los diputados de Vox Sergio Redondo y Carlos Verdejo, durante una sesión plenaria de la Asamblea (C.A./ARCHIVO)

Joe “The Hammer” Broodyhen (1864-1941), nacido Joseph Broodyhen, figura en los anales del deporte británico como el fundador de lo que se vino en llamar “pugilismo estático”, una modalidad artística del boxeo clásico que, pese a su innegable originalidad, conoció una existencia breve y, por ello, infecunda. Broodyhen, inspirado en sus lecturas budistas y condicionado por un carácter inclinado a la introspección y la meditación contemplativa, concibió el “pugilismo estático” como un acto de renuncia, una manifestación de rebeldía paciente solo al alcance de espíritus excepcionales.

Según relata el periodista y polígrafo mancuniano Alfred Ignatius Fox en su libro “British sports”, Broodyhen solo tuvo una oportunidad para poner en escena aquella idea genial y descabellada que -según llegó a creer sin duda que le estorbara- revolucionaría el noble arte de las doce cuerdas. Broodyhen subió al cuadrilátero dispuesto a compartir con el mundo su nueva creación. Una masa vociferante, intrigada por conocer las interioridades de aquella nueva modalidad boxística, se reunió en torno a Joe y su oponente, un gañán enorme, bebedor y desdentado.

Sonó la campana y el fundador del “pugilismo estático”, siguiendo con escrúpulo las normas que regían la nueva escuela de lucha, se mantuvo inerte, sin mover una pestaña, inmóvil como una acedía atrapada desde Semana Santa en los más profundo del congelador de casa. Ni que decir tiene que bastó una sola bofetada, sonora y colosal, para mandar a Broodyhen al hospital. Ese fue el fin del “pugilismo estático” y de la mayor parte de las piezas dentarias de su fundador.

Esta amplia introducción, impropia de un texto de esta naturaleza, pretende aligerar la gravedad de las consideraciones que siguen a propósito de un asunto que no tiene la menor gracia. Pero antes recordemos que la historia de Broodyhen es también la de Sebastian Crude, el púgil cuyo puño puso fin al hermoso sueño del boxeo incruento. Crude, juzgado duramente por la sociedad de su tiempo, que lo acusó de aprovecharse de las pocas luces del bueno de Joe, dedicó los años siguientes a disimular como pudo. “Nunca olvidaré el terrible golpe que Broodyhen propinó a mi puño con su globo ocular izquierdo”, insistió hasta su muerte.

Con independencia de que la historia de Broodyhen pueda no atenerse estrictamente a la realidad, no debería desaprovecharse la excusa empleada por nuestro primario amigo Sebastian Crude para arrojar algo de luz sobre la escena política local.

El presidente local de Vox, Juan Sergio Redondo, ha acusado este mismo martes a todos los diputados de la Asamblea –excepción hecha, por supuesto, de los de su propio partido- de ser los responsables de la crispación que se vive desde hace meses en el plenario de la Cámara. Redondo, siguiendo la escuela escapista de Sebastian Crude, parece que quiere hacer creer al mundo que a él también le están golpeando con el ojo en el puño.

Desde su irrupción en la política ceutí, Vox ha hecho de la falta de respeto a los demás, la soberbia, el desprecio, la mala educación y la indiferencia hacia la compostura institucional su marca de la casa. Redondo y su portavoz, Carlos Verdejo, han trasladado el estilo matonista y faltón que suelen emplear en las redes sociales a la Asamblea con las previsibles consecuencias.

Quienes de manera pública y sin embozos señalan a los musulmanes ceutíes como españoles sospechosos se quejan hoy de ser víctimas de no se sabe bien qué estrafalario conciliábulo que hermana al resto de partidos de la Asamblea, sí, a todos, embutidos en sus correspondientes trajes de “traidores”, “promarroquíes” y “cobardes”.

Ahora, un auto judicial considera que el líder de Caballas, Mohamed Alí, y dos miembros de su partido podrían haber cometido un delito de odio durante el rifirrafe que mantuvieron con los diputados de Vox en el salón de plenos de la Asamblea en enero del año pasado. Días antes, un diario local hacía públicos unos mensajes de Whatsapp de marcado contenido racista e islamófobo intercambiados entre dirigentes locales de Vox que, sin duda, ofrecieron el combustible necesario para que sucediera lo que finalmente sucedió.

El simple de Sebastian Crude ha creado escuela. El problema estriba en que mucha gente sigue creyendo en esta ciudad que es posible tumbar en la lona a tu oponente golpeándole brutalmente con el ojo izquierdo.